Domingo, 13 de febrero de 2022

6º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Jer 17, 5-8.  Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.

Sal 1.  Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

1 Cor 15, 12. 16-20.  Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.

Lc 6, 17. 20-26.  Bienaventurados los pobres. ¡Ay de vosotros los ricos!

Hoy, la Palabra que el Señor nos regala nos invita a descubrir otro de los signos de la acción de Dios en el corazón del hombre. Otro de los signos de dejar actuar al Espíritu Santo. Y una profecía de lo que el Espíritu hará en ti, si vas acogiendo confiadamente la predicación de Jesús.

Nos lo ha señalado tanto la primera lectura como el Salmo: Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… serán paja que arrebata el viento… Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor… Será como un árbol plantado al borde de la acequia.

Porque las Bienaventuranzas no son un programa a realizar con tus fuerzas, ni una utopía con la que soñar.

Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano (cf. Francisco, GS 63), son como una “ecografía” del corazón de Jesús. Así es el corazón de Jesús. Son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 98s).

Y así será tu corazón si dejas que el Espíritu Santo lo vaya modelando. 

Si la fe es auténtica va transformando la vida, va dando frutos. Las obras no son la causa de la salvación, sino la consecuencia de haber acogido el don gratuito de la salvación.

El que ha acogido la salvación, y tiene en su corazón el Espíritu Santo, ve cómo van desapareciendo las obras del hombre viejo y van apareciendo -como un don- los frutos del Espíritu: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (cf. Catecismo, 1832).

El que vive abierto al Espíritu Santo, ve como no puede vivir ni siguiendo el consejo de los impíos, que ven en Dios a un rival y se sienten amenazados por Él; ni caminando por la senda de los pecadores, que permanecen obstinados en su pecado, sin un verdadero deseo de conversión; ni en medio de la reunión de los cínicos que, incapaces de ver el amor de Dios en medio de su vida, se pasan el día quejándose de todo, atrapados por la envidia, el rencor y el resentimiento.

Sino que, en medio de su debilidad lo vive todo en el Señor, con el Señor y para el Señor: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos (cf. Rom 14, 7-9).

Y vive como un peregrino en camino hacia la meta: el cielo: de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma (cf. Mt 16, 26). Vive con los pies en la tierra, la mirada en el cielo y el Señor en el corazón, porque si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad, y ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

¡Ánimo! Confía en el Señor y déjate hacer por el Espíritu Santo. Él hará en ti la obra de la santidad contando con tu debilidad y tus pobrezas.

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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