Domingo, 10 de julio de 2022

15º del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Dt 30, 10-14. El mandamiento está muy cerca de ti para que lo cumplas.

Sal 68. Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Col 1, 15-20. Todo fue creado por él y para él.

Lc 10, 25-37. ¿Quién es mi prójimo?

La Palabra de Dios que proclamamos hoy te habla del gran mandamiento:: el amor a Dios y al prójimo. La ley ya contenía esta enseñanza: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Jesús declara que viviendo esto tendrás la vida.

Con esto se dice mucho. La actitud fundamental del hombre debe ser el amor. Dios es amor. Y el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, ha sido creado por amor y para amar. Sólo amando, el hombre se realiza como persona. No es el dinero, ni el poder, ni el placer, ni el éxito, lo que hace feliz al hombre. Lo que hace feliz al hombre es el amor. Por eso toda la ley se resume y se concentra en el amor a Dios y al prójimo.

Hemos sido creados para la relación, para la comunión, para la donación. Eso es lo que nos hace crecer como personas: salir de nosotros mismos, abrirnos al amor de Dios y abrirnos al encuentro con el otro. En el don sincero de nosotros mismos vamos creciendo.

El amor es el “precepto” más importante, el que todo lo abarca y todo lo anima. El amor es el sentido de la ley.

El problema está en saber quién es mi prójimo. Jesús aclarará todo esto con una parábola. Prójimo es cualquier persona que está al lado de quien necesita ayuda. Prójimo es aquel que se aproxima al necesitado.

La caridad, el amor fraterno, consiste en acercarse, en no pasar de largo, amparados en mil excusas, ante los problemas y necesidades de los hermanos. La caridad no es solamente dar, sino darse. La caridad, el verdadero amor, es darse a uno mismo, dar la vida por el otro, buscar el bien del otro. La caridad no pide nada a cambio: es gratuita, generosa y desinteresada.

No podemos vivir en la indiferencia. El Señor te invita hoy a ser el buen samaritano de tu ambiente. 

A estar atento, a estar disponible para escuchar, compadecer, interceder, ayudar… Te invita a que seas un bálsamo que alivie su dolor. Te invita a que seas el rostro bueno y amable de Dios para ellos. El Señor te invita a que le prestes tus manos para curarles, tu voz para consolarles, tu corazón para amarles como el Señor les ama.

¡Atrévete! ¡Acepta la llamada del Señor! ¡Ama de corazón, y serás feliz!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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