Domingo, 10 de abril de 2022

Domingo de Ramos

Lecturas:

Is 50, 4-7.  No oculté el rostro a insultos y sé que no quedaré avergonzado.

Sal 21, 8-9.17-20.23-24.  Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Flp 2, 6-11.  Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo.

Lc 22, 14 – 23, 56.  Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Vamos a celebrar en estos días santos el Misterio Pascual de nuestro Señor Jesucristo. También nosotros –tú y yo– estamos llamados a vivir el Misterio Pascual. A vivirlo, no a quedarnos como espectadores que miran desde fuera un espectáculo que puede ser llamativo, pero que, en el fondo, no tiene nada que ver con su vida.

No podemos seguir a Jesús desde lejos, como hace el pobre Pedro cuando llevan a Jesús a casa del sumo sacerdote. Seguimos a Jesús “desde lejos” cuando no le dejamos ser Señor de toda nuestra vida, cuando huimos de la cruz, cuando solo escuchamos su voz cuando nos conviene, cuando le ponemos condiciones para seguirle…

No estamos llamados a “estar lejos”, estamos invitados a sentarnos a la mesa con Jesús: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, ¡contigo!

¡El Señor quiere hacer Pascua contigo!

Toda la vida del cristiano es vivir el Misterio Pascual. Todo el evangelio es una subida del Señor a Jerusalén. Y también lo es toda la vida del cristiano. “Subir a Jerusalén” es mucho más que una subida geográfica, es una subida existencial: es tomar tu cruz y encontrarte en ella con el Señor; vivir obedeciendo a la voluntad de Dios y experimentar su victoria en tu vida; ver cómo el Espíritu Santo hace nueva tu vida. Es vivirlo todo con el Señor.

La procesión de ramos expresa visiblemente nuestra procesión interior. 

Estamos llamados a subir con el Señor a Jerusalén para vivir la Pascua con Él, que se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo… y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. 

Porque al cielo se sube, bajando.

La segunda lectura nos ha hablado con claridad. Dos modos de vivir: Adán, siendo hombre, quiso ser como Dios, pero sin Dios, quiso subir al cielo “trepando”, y su desconfianza y desobediencia nos trajo la ruina. Cristo, nuevo Adán, siendo Dios se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, fue obediente hasta la muerte y nos trajo la redención.

Y este es el combate de cada día. Seguir a Adán o seguir a Jesucristo. Tú decides. ¿Te quedas siendo un espectador? ¿O aceptas la invitación para sentarte a la mesa con Jesús?

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

Volver a reflexiones a la Palabra de Dios