Miércoles, 19 de enero de 2022

Lecturas:

1 Sam 17, 32-33.37.40-51.  Venció David a Goliat.

Sal 143, 1-10.  Bendito el Señor, mi roca.

Mc 3, 1-6.  ¿Está permitido en sábado salvarle la vida a un hombre o dejarle morir?

En la primera lectura contemplamos conocida escena de la lucha entre David y Goliat, que nos presentan dos modos completamente distintos de vivir.

Goliat representa la fuerza, la soberbia y la arrogancia; David, la fe, la humildad y la confianza en Dios: Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los ejércitos de Israel al que tú has desafiado.

El rey Saúl ordena armar a David con su propia armadura. Pero David no puede ni siquiera caminar con ella. Al final, derrotará al gigante filisteo con unas pocas piedras, que inicialmente provocaron la risa y el desprecio de su enemigo.

Y con ello, la Palabra nos invita a descubrir lo que dice el Salmo 20: Unos confían en sus carros, otros en sus caballos; nosotros en el nombre del Señor, nuestro Dios.

Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Una de las tentaciones que siempre nos acechan es la de la mundanidad espiritual, como nos recuerda tanto el Papa Francisco (cf. EG 93s).

¿En qué consiste esta mundanidad?

Comienza por buscar la gloria humana y el bienestar personal, en lugar de buscar la gloria de Dios. Busca la apariencia, confía sólo en sus propias fuerzas, reduce la fe a puro subjetivismo y acaba viviendo una religiosidad sin una relación personal con un Dios, que es Padre; un cristianismo sin un Jesucristo vivo y resucitado y sin cruz; un evangelio reducido a valores; una iglesia sin comunidad; y una caridad sin prójimo...

¿Cómo se sana esta mundanidad? Dice el Papa Franciso que esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio! ( EG 97).

El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes ( Lc 1, 52).

A toda la tierra alcanza su pregón (cf. Sal 19, 5).

¡Ven Espíritu Santo! ? (cf. Lc 11, 13).

Homilias de D. Jorge Miró

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